A la persona que más he querido.
En sus entrañas empezó mi vida,
y sin aún conocer eso que llamamos mundo,
lo primero que oí,
fue el latir de su corazón.
Ella me alimentó, me abrigó
y me inundó de amor.
Me enseñó a amar la luna,
la hierba y el viento,
y sobre todo, a amar la vida.
Nunca pidió nada,
pero siempre le di un beso al amanecer
y una sonrisa al atardecer.
Pero ya no habrán más charlas
a la vera de su jardín,
ni silencios compartidos
escuchando el murmuro
de nuestra alegría,
ya no habrá nada,
sólo tristeza, dolor, ausencia.
Sol que brillaste en un hermoso día,
sólo anhelo el final de tu agonía,
de ese fuego que te quema,
de ese agónico y silencioso adiós,
pues se,
que tras la lluvia,
llegara la noche,
y ahí te veré,
jugando con las estrellas,
hablando con la luna,
durmiendo sobre las nubes,
y de tanto en tanto,
al alba,
un susurro me hablará
de tu nuevo jardín,
y de las hermosas flores que ahí crecen;
oh dios,
será tan difícil de matar este dolor...
y sin aún conocer eso que llamamos mundo,
lo primero que oí,
fue el latir de su corazón.
Ella me alimentó, me abrigó
y me inundó de amor.
Me enseñó a amar la luna,
la hierba y el viento,
y sobre todo, a amar la vida.
Nunca pidió nada,
pero siempre le di un beso al amanecer
y una sonrisa al atardecer.
Pero ya no habrán más charlas
a la vera de su jardín,
ni silencios compartidos
escuchando el murmuro
de nuestra alegría,
ya no habrá nada,
sólo tristeza, dolor, ausencia.
Sol que brillaste en un hermoso día,
sólo anhelo el final de tu agonía,
de ese fuego que te quema,
de ese agónico y silencioso adiós,
pues se,
que tras la lluvia,
llegara la noche,
y ahí te veré,
jugando con las estrellas,
hablando con la luna,
durmiendo sobre las nubes,
y de tanto en tanto,
al alba,
un susurro me hablará
de tu nuevo jardín,
y de las hermosas flores que ahí crecen;
oh dios,
será tan difícil de matar este dolor...